La sarcopenia, del griego sarx, carne, y penia, pobreza, es la pérdida degenerativa de masa, potencia y/o rendimiento muscular causada por el envejecimiento. Esta pérdida de masa muscular conlleva a menudo una disminución de la fuerza o una bajada del nivel de actividades, así como problemas de movilidad, osteoporosis, caídas y fracturas.
La definición más actual de la sarcopenia la detalla como un “síndrome caracterizado por una pérdida progresiva y generalizada de la masa muscular esquelética y la fuerza con un aumento del riesgo a sufrir resultados adversos, tales como la discapacidad física, la mala calidad de la vida y la muerte” (Cruz-Jentof, et al.,2010). Este término que incluye la pérdida funcional de la capacidad para generar la fuerza en las personas de edad avanzada, ya sea por motivos morfológicos o neuronales y que afectará al rendimiento funcional de las actividades cotidianas (Clark y Manini, 2008, 2010).
Esta pérdida de masa muscular está relacionada ampliamente con una dieta inadecuada y un estilo de vida sedentario. Interesante sería nombrar en esta tabla los factores hormonales, como son la disminución de testosterona en hombres y estrógenos en mujeres y, asociada al envejecimiento, conlleva un mayor riesgo de caídas o de inactividad, que revierte en la capacidad vital del individuo y entrando en un círculo del que cada vez cuesta más salir.
Los expertos creen que la sarcopenia tiene múltiples causas que pueden contribuir a la pérdida de masa muscular, entre las que incluyen la alteración de la condición hormonal, la disminución de calorías y proteínas totales, los mediadores de la inflamación, los factores relacionados con la síntesis de proteínas y la disminución de la actividad física.
Nuestra sociedad cuenta con una esperanza de vida cada vez mayor, donde el porcentaje de personas de edad avanzada se muestra cada vez más alto; ante esto se nos presenta la gran importancia de preocuparnos por vivir esos años de la mejor manera.
Concebimos un cuerpo saludable desde un prisma multidimensional, donde factores sociales, culturales, psicológicos y puramente físicos se entremezclan. Una vía inequívoca para mantener una buena calidad de vida durante el paso de los años pasaría por el cuidado de todos estos. La actividad física sistemática y controlada aparece como una gran herramienta para influir de forma positiva en estos múltiples factores, para mantener un cuerpo sano. Cada vez son más numerosos los estudios en el campo de la actividad física en adultos mayores, lo que nos brinda un amplio campo de conocimiento sobre qué tipo de actividad, intensidad o frecuencia son las más convenientes para este tipo de población.
Después de los 70 años, la pérdida de músculo se acelera hasta alcanzar el 15% por década. Esto se puede explicar por una ingesta calórica inferior de las personas de edad en comparación con los adultos más jóvenes que conduce a una pérdida de peso y de masa muscular. Varios factores pueden explicar la alteración del estado nutricional:
- Factores fisiológicos y/o cognitivos:
- Un cambio en las habilidades sensoriales y gustativas.
- Una menor capacidad para comer de manera independiente.
- Trastornos gastrointestinales.
- Patologías pulmonares y cardiovasculares avanzadas o neurodegenerativas como el Parkinson.
- Dietas terapéuticas que impiden el consumo de algunos alimentos.
- Factores psicológicos y sociales:
- Depresión o aislamiento social que puede ocurrir tras perder a su pareja o sus amigos
- Una reducción de la actividad física, por ejemplo, dejan de hacer la compra o preparar la comida.
Para prevenir y tratar esta pérdida de masa muscular, la ingesta de energía y proteínas es muy importante, junto a la actividad física. En este sentido, algunas sugerencias para mantener una ingesta de proteínas adecuada en esta etapa de la vida son: comer a menudo legumbres, añadir queso a las verduras y hortalizas, ensaladas, patatas, fideos y guisos. También se puede añadir huevos duros a las ensaladas, comer yogur solo, con frutas o con cereales. La leche en polvo puede ser añadida a sopas y cremas, purés de patatas, cazuelas, pudines y postres a base de leche ya que las proteínas de suero, que suponen el 20% del contenido total de proteínas de la leche, tienen una buena digestibilidad. Por otro lado, en caso de necesidad, las dietas pueden ser complementadas con barritas hiperproteicas u otros suplementos.
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